Naser, gran figura divisiva – ¿Fue tan trascendental su muerte? – 50 años después, sigue vivo en Egipto




 

Cincuenta años después de la muerte de Gamal Abdel Naser, la controversia sobre el legado del carismático presidente egipcio que lideró la unidad árabe sigue viva en Egipto, mientras las profundas divisiones asuelan Oriente Medio.

Naser fue jaleado como ariete contra Israel, el colonialismo y la pobreza durante buena parte de sus 16 años de gobierno, primero como primer ministro y después como presidente.

No obstante, los críticos vieron en él un símbolo de autoritarismo populista, insensatez económica e imprudencia geopolítica, que ya habían comprometido significativamente su posición para cuando falleció, el 28 de septiembre de 1970.

“Estimuló el sentido de dignidad de la gente, y eso es lo que los pueblos árabes echan de menos cuando recuerdan a Naser”, dice Mustafá Kamel, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de El Cairo.

Bajo la férula de Naser, los partidos políticos fueron abolidos y se llevó a cabo una dura represión de la disidencia, Hermandad Musulmana incluida.

Naser incurrió en décadas de gobierno militar, caracterizado por unos vastos poderes de emergencia y una notable, y a menudo opaca, influencia del Ejército en la economía.

Pero el golpe decisivo para Naser fue la derrota en la Guerra de los Seis Días (1967), en la que Egipto, Jordania y Siria perdieron territorios cruciales. […] “Fue un desastre desde todos los puntos de vista, que el mundo árabe sigue pagando”, dice [Said] Sadeq [profesor de Ciencias Políticas en la Universidad del Nilo].

¿Verdaderamente cambió el curso de los acontecimientos la muerte de Naser (…)? Resulta interesante leer un análisis de la CIA sobre el asunto escrito a principios de 1971, sólo unos meses después del fallecimiento de Naser. (…) “La capacidad de Naser para influir en el devenir de los acontecimientos en el mundo árabe ha declinado sustancialmente en los últimos años, como consecuencia de la humillante derrota egipcia a manos de Israel en 1967. Los demás líderes árabes (…) se sienten libres para no seguir su rumbo político. En cierta forma, (…) los mayores cambios ‘post-Naser’ tuvieron lugar antes de su muerte”.

En otras palabras, estaba muerto antes de morir.

La muerte de Naser fue menos trascendental en 1970 que si se hubiera producido en 1954 [cuando un miembro de la Hermandad Musulmana atentó contra él]. […] si hubieran matado a Naser en 1954 –antes de [la nacionalización del Canal de] Suez, de la República Árabe Unida [la efímera unión de Egipto y Siria], de [la Guerra de los Seis Días de] 1967–, las consecuencias para Egipto y para toda la región habrían sido mucho más importantes que las que tuvo su muerte en 1970.

Su ambición fue tan inmensa como delirantes sus ideas. Derrocó a un rey e instauró un opresivo régimen militar que aún perdura, 68 años después. Despojó tanto a los grandes terratenientes como a los pequeños comerciantes y acabó con los emprendedores levantinos –principalmente italianos, griegos y libaneses– que hacían funcionar la economía. Persiguió a la pequeña pero próspera comunidad judía, al punto de que de 75.000 miembros se redujo a 10 mujeres de avanzada edad (según el último recuento).

Se alineó con la URSS, industrializó Egipto a la manera soviética y gobernó con brutalidad post-staliniana. (…) Más que nadie, instaló el antisionismo como eje de la vida política mesoriental y transformó en irredentismo palestino la cuestión de los refugiados [palestinos]. En el ínterin, inició la Guerra de los Seis Días (1967) y condujo sus Fuerzas Armadas a la más desequilibrada derrota bélica de la historia militar. 

Fui a Egipto en junio de 1971, pocos meses después de la defunción de Naser. Fue un tiempo en que producía excitación ver a su sucesor, Anwar al Sadat, abrir el país y romper con el socialismo, la conexión soviética y el aventurerismo en el exterior. Cada día lucía más esplendoroso que la víspera.

Aun así, Egipto jamás se ha librado del legado de Naser. El régimen sigue siendo brutal con los disidentes y muestra una terca hostilidad hacia Israel, que ha prevalecido por sobre el tratado de paz suscrito hace 41 años. Hay atraso económico, mientras los militares retirados son más importantes que nunca y el país no es capaz de alimentarse por sí solo ni de producir los bienes que demanda el mundo.

La historia contemporánea de Egipto reconfirma que, cuando un país cae en manos de un déspota, la vuelta a la normalidad puede llevar mucho, mucho tiempo. Rusia, China e Irak aportan más ejemplos, y Venezuela, Corea del Norte e Irán, otros más recientes.

Dada la lúgubre inmovilidad de Egipto en este medio siglo de larga sombra naserista, con pesimismo predigo que, dentro de otros 50 años, en 2070, seguirá padeciendo su influjo.

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