Fragmentos
“…La
historia del idish es la historia de las comunidades judías
ashkenazies, aquellas que se asentaron en Europa central durante los
siglos que siguieron a la huida de los judíos de la tierra de Israel, y
que durante la Edad Media tardía se desplazaron progresivamente hacia
Europa del Este. En esas comunidades, la vida era bilingüe. El hebreo
ocupaba un lugar de prestigio y superioridad espiritual: era la lengua
de los antiguos israelitas y de los textos sagrados, y era en ese idioma
que los judíos conducían las actividades sagradas. En cambio, el idioma
de la vida diaria y de los escritos profanos era una lengua germana que
los judíos habían adoptado a lo largo de siglos de vida europea; una
lengua bastante cercana en su vocabulario al alemán moderno, pero con
estructuras distintas y con un sinnúmero de palabras preservadas del
hebreo y otras tomadas de las lenguas eslavas que dominaban en Europa
del Este, como el polaco y el ruso.
Esa lengua ecléctica y dinámica,
surgida de la fusión y la combinación de todos esos elementos dispares,
es el idish.
Con el pasar de los años, la cultura en lengua idish
comenzó a tomar fuerza, sobre todo a partir de la introducción de la
imprenta en hebreo en Europa del Este en el siglo XVI. Ensayos, libros
de cuentos y tratados históricos en idish comenzaron a imprimirse con
caracteres hebreos en toda la zona de cultura ashkenazi entre Holanda y
Ucrania. La aparición de movimientos religiosos ortodoxos jasídicos en
el siglo XVIII, que comenzaron a atribuir un valor sagrado a textos
escritos en idish, contribuyó a aumentar el prestigio de la lengua.
En
cambio, la llegada de la Haskalah, el movimiento de los judíos
ilustrados encabezado por figuras como Moisés Mendelssohn, vino a
repudiar este ascenso del idish: para los intelectuales más seculares de
la época, los judíos debían abandonar esa lengua extraña y ecléctica,
considerada apenas una jerga, y adoptar en cambio el alemán o el ruso
como lengua social, política y cultural, preservando el hebreo en el
mundo sagrado. Pero el proyecto de los maskilim fracasó. Hacia fines
del siglo XIX, la abrumadora mayoría de los judíos, en especial en los
bordes occidentales del Imperio Ruso donde constituían una población de
más de cinco millones de personas, seguía reconociendo como su lengua
madre al idish y apenas hablaba algunas palabras de ruso.
Era el signo
de una falta de integración a la vida rusa que no en menor medida se
explicaba por el insistente antisemitismo en la región y por las
numerosas restricciones legales que el imperio de los Romanov mantenía
sobre los judíos. Es así que a partir de fines del siglo XIX, inspirados
por un imaginario menos racionalista y más romántico, nuevas
generaciones de intelectuales y activistas comenzaron a promover el uso
del idish en la prensa, en la literatura, en el teatro y en la cultura
en general. Para las primeras décadas del siglo XX, el idish había
ganado un estatuto impensado, siendo la lengua de escritores de cada vez
mayor renombre como Sholem Aleijem y I. L. Peretz y de movimientos
políticos de orientación secular y socialista como el Bund, que ganaron
cada vez más peso luego de la revolución de 1905 en Rusia.
Un punto alto
de esta historia fue la conferencia de Chernowitz de 1908, en la que un
grupo de intelectuales idishistas, entre otros Peretz y el filósofo
Jaim Zhitlowsky, proclamaron al idish como lengua nacional de la nación
judía, bregando por el desarrollo de instituciones culturas y educativas
en idish. La fundación del instituto IWO en Vilna en 1925 como academia
de lengua y cultura destinada a preservar, estudiar y eventualmente
regular el uso del idish fue otro punto clave en la historia del idioma y
sus hablantes.
Con todo, las tensiones nunca dejaron de aflorar con
aquellos como el ensayista Ajad Ha’am, quienes consideraban que el
hebreo debía convertirse en la lengua total de la nación judía, o el
sionista socialista Ber Borojov, quien defendía la idea de que el hebreo
debía ser la lengua judía en Palestina y el idish, la lengua oficial en
la diáspora. El punto de inflexión fue, sin embargo, el Holocausto judío, que el idish designa hasta hoy con la palabra jurbn (en
castellano, “destrucción”). El exterminio de una parte significativa de
los hablantes de idish por parte de la Alemania nazi y sus
colaboradores, en especial en Polonia, donde los judíos representaban
casi un 10% de la población del país, así como la dispersión de los
judíos europeos a partir de la Segunda Guerra Mundial, tuvieron el doble
efecto de fragmentar a la población de habla idish y de reforzar la
legitimidad de Israel como proyecto político hegemónico para la nación
judía.
A lo largo de las décadas siguientes, con la adopción del
hebreo como lengua oficial del Estado de Israel y con la progresiva
asimilación de las comunidades judías en los diversos países que los
acogieron después del jurbn, y a pesar de los esfuerzos de
muchos para mantener viva la vida intelectual y cultural en idish, la
lengua perdió sin embargo mucha de su fuerza y visibilidad. Para muchos,
el idish se convirtió así en una reliquia, apenas el residuo de un
mundo desaparecido.
Pero las apariencias engañan. Todavía hoy, en el
mundo académico y universitario, numerosos departamentos dedicados a los
estudios judíos y a la cultura de Europa del Este siguen enseñando y
transmitiendo el idish. Durante los últimos años, incluso un cierto
revival ha aparecido entre los más jóvenes, llevando a intelectuales y
artistas a ponerse en contacto con el idioma…Pese a todo, en la mayoría
de estos ámbitos el idish conserva un carácter un tanto erudito. La
mayoría de estas instituciones usan el idish en su forma estandarizada y
literaria, que mezcla rasgos de los diferentes dialectos que existían
tradicionalmente en Europa del Este.
Pero existe un lugar en donde el
idish no se usa como una lengua culta, ni académica; un lugar en donde
el idish sigue siendo la lengua de la vida cotidiana y donde, como todas
las lenguas, cambia, evoluciona y se transforma día a día: las
comunidades judías ortodoxas, muchas de las cuales siguen viviendo en
idish tal como lo hacían hasta 1945…” Agustin Corsovschi / Infobae |
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