EMIRATOS ARABES UNIDOS E ISRAEL REANUDAN RELACIONES DIPLOMÁTICAS
Se
dice que Nicolas Copérnico provocó, a fines de la Edad Media, un gran
malestar en el poder establecido al demostrar que la Tierra no es el
centro del sistema solar, y por lo tanto el hombre no es el motivo
central del Universo.
Posteriormente, llegó Sigmund Freud para echar más
sal a la herida narcisista al indicar que el ser humano tampoco es
siquiera completamente dueño de su propio estado psíquico.
En
algún sentido similar, el acuerdo de Emiratos Árabes Unidos e Israel
para normalizar las relaciones ha dejado al desnudo lo que muchos
diplomáticos y analistas occidentales no querían ver: que la disputa
israelí-palestina no es el nudo gordiano que una vez desatado resuelve
todos los conflictos del Oriente Medio.
Más
aún, lejos de ser una dramática revolución, como lo fue la visita, a
fines de los años setenta, del entonces presidente egipcio Anwar Sadat a
Jerusalém, el pacto entre Emiratos e Israel ha sido más bien resultado
de un proceso gradual, que pone al descubierto más de veinte años de
relaciones clandestinas.
En perspectiva, parece
obvio, que los palestinos no han sabido aprovechar las oportunidades
históricas que se les presentaron para llegar a un acuerdo de paz
definitivo con Israel, que requería un duro compromiso, creyendo que el
tiempo estaba a su favor. Y ahora no es claro que dichas posibilidades
volverán.
Para colmo, se encuentran
estratégicamente fragmentados con los islamistas de Hamás, que gobiernan
con mano dura la Franja de Gaza, rechazan los Acuerdos de Oslo y
proclaman la destrucción de Israel, por un lado; y los líderes del
movimiento Fatah, la columna vertebral de la Autoridad Palestina, -que
mantiene a raya a los islamistas en las partes del territorio de
Cisjordania (Judea y Samaria) que controla por medio de una fuerza
policial entrenada por Jordania, y la asistencia de las fuerzas armadas
israelíes-, por el otro.
Como si fuera poco, el
contexto geopolítico actual del Oriente Medio se caracteriza no solo
por el caos desatado por la llamada “Primavera Árabe” sino también por
la aspiración de Estados Unidos de retirarse de la zona y por la
peculiaridad de que ninguna de las potencias regionales: Irán, Turquía e
Israel, es árabe.
Por ello, bajo este telón de
fondo, no sería de extrañar que el imperialismo de los ayatollahs
iraníes y la presión islamista de Turquía haya empujado paradójicamente a
los países árabes sunitas a los brazos de Israel.
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